La Historia no es un slogan



Arnulfo Poyer Márquez

L
os pasos agigantados con que asumieron nuestros paisanos su trascendental circunstancia hace 200 años, no caminan al compás del nuestro; en otra dimensión han quedado los de allá asumidos, ignorados, empolvados para bibliotecas, o simple, para el mismo olvido. Sus pasos ¿están aún por descubrirse? ¿Cómo, cuándo, cuánto y cuántos los conocemos? Estas no son palabras para el desdén o la ira de los actuales colonizados, sino para los que deseamos tejer nuestra propia suerte independiente, que vivimos halándola contra aquellos, aunque sin percatarnos del moho que arrastramos incrustado, que en ocasiones semeja más a gangrena azulando nuestros pies y quizá alcanzando nuestras partes íntimas, pues estamos engrillados de nuestros propios errores.
El anhelo de ser independiente es sólo eso: anhelo, mientras no se transforme en voluntad de acero nuestra propia suerte de ser independientes, como la de aquellos protagonistas, o sea, mínimo, debemos conocerla. Hoy corruptos e inocentes cohabitamos en esta Tierra de Gracia envidiada y codiciada; ante nuestra inocencia, aquellos jamás descansan en su cacería, creyéndose más inteligentes que el resto inocente ¿o inconsciente cegatón? No lo creo, pero sí estamos cojos si no nos identificamos con el mismo empeño independentista; sin embargo, hoy la actitud bucanera de aquellos se muestra descarada ante la nuestra, permisiva y nepotista, lo que jamás fue el modelo Bolívar. Sumemos los cantantes de slogans, muchos de ellos reales maquinitas que viven de esperanzas a dictárseles y claro, ¿qué punto de partida puede tener quien no conoce nuestra cuenca Historia, horizonte tan lejano como nuevo mundo a descubrir? Rematemos con el miedo por enfrentar la realidad de aquellos duros días, gente de carne tal cual la nuestra, con errores y valentía, carencias y cultivos personificados cual verdad a flor de su presente de resistencia, que urge bajar de pedestales a valientes hermanos, pero no para montarlos en otros rojos rojitos, sino para hacerlos más comprensivos y comprender de paso el andar que decidamos, porque si no, el miedo. y por ende, la ignorancia no van a permitir el paso para desentrañar la cantidad de posibilidades que nos ofrece la cruenta mina que nuestros ancestros arriesgaron abrir. Pero claro, al dizque bajarlos de un pedestal para montarlos en otro, la incomodidad nos empuja a maquillarlos con cuentos repetidos cual slogans y el ridículo no puede ser más patente, al punto que hoy más bien pareciera que anheláramos que Carabobo fuese pasado mañana para terminar de una vez con esa jornada abierta por el presidente Chávez, por no saber qué hacer con el fulano bicentenario y continuar tranquilos en la tarea perenne de saltimbanquis contra fáciles payasos opositores y –ojalá-, en acciones fáciles que brindan las tesis socialistas ¿Y el bicentenario? Lo terminamos de arreglar con algunas que otras maltrechas peliculitas, pues para eso hay plata petrolera.
Vivir de aquella mina supone enriquecernos de sus acciones, virtudes, pero también comprendiéndolos conociendo su momento histórico, sus errores, para no caer en repeticiones; que su valentía sea luz en lo que supuso enfrentar la crueldad de una guerra de exterminio emprendida por los colonizadores, aprendiendo a sopesar que SIEMPRE el triunfo vino partiendo desde menos cero, que cada año desde 1810 a 1821 tuvo sus propias características, que la astucia fue y es el único armamento desnudo de los pueblos contra las arrogancias imperiales y que no existe mejor maestra que la UNIDAD, y para muestra, el botón de la desunión en los años bicentenarios que estamos transitando de 1815 al 19. Por otro lado, la corona española jamás nos vio ni nos verá como iguales, y al efecto allí está su prensa albañal que gasta hasta el 80% de su tinta en contra nuestra. Vivir de la cuenca Historia supone sopesarnos en qué éramos hace 200 años, cuán parásitos desde hace más de 100, y qué tenemos a la mano ahora mismo. Blindarnos en la conciencia de cuantos peligros nos acechan, no es solamente beber de la herramienta marxista, como si el pensamiento creativo terminó o partiera sólo de esa vertiente; vivimos rodeados de tanta sabiduría permacultural, nueva escuela para la nueva humanidad, que la vemos con altivez, de soslayo por estar incrustadas muchas de ellas en regiones ocupadas por el neoliberalismo, a sabiendas que esas nacientes surten otras aguas, no beben de la burbuja neoliberal; sin embargo la arrogancia marxista nos oculta esos contactos, Escuela Findhorn en Escocia por ejemplo, o Industrias Eco (fabricantes de la mejor stevia del mundo) en Bolivia, por nombrar dos de un centenar. Allí funcionan simientes a tomar para una nueva humanidad sana y autosustentable; pero preferimos hablar de estado a estado, con los camaradas, qué fallo de astucia.
Sembrar la cuenca historia conlleva ir de la mano con aquellos paisanos que ni imaginaban la riqueza del suelo que pisaban; ancestros que no sabían de petróleo, gas, agua, diamantes, hierro, oro, coltán, turismo y pare de contar; entre ceja y ceja sólo tenían una divisa: INDEPENDENCIA O MUERTE, y con ella llegaron al Potosí no haciendo turismo precisamente. El liberalismo que bosquejaba Bolívar sí está más cercano a cualquier proyecto socialista, así como el neoliberalismo actual al pretencioso partido conservador de Páez.
El percibirnos tal cual somos de 100 años para acá va para todos nosotros, desde elites creídas, verdaderos inválidos para la creatividad que cualquier imperio también tilda de castrados (y ellos felices), para profesionales formados en esta centuria, como para los olvidados del petróleo, nidos de la alienación perversa, armamento kamikaze para este imperio. Hay que saberlo, la España, o, “la burla de Europa” como la tildó Bolívar, sólo nos admite eunucos o muertos.
Hay que fomentar cambio de actitud, poseemos armas a flor de piel; sólo mirar por encima y nos daremos cuenta que hoy somos la clave de una caja fuerte, con más riquezas en lo interno que China y Rusia. Por un lado, aquella voluntad por ser independientes, debe ser trasmitida paso a paso, tal cual se transita en el calendario bicentenario, pero también DESCUBRIR cuán exuberante es la vida natural y pacífica que nos rodea; en las madrugadas europeas, las alondras despiertan a los mañaneros para un nuevo día; aquí nos levantan tal infinidad de aves, que el mundo nos envidiaría sin condiciones: paraulatas, azulejos, cristofués, querrequerres, conotos, colibríes, gorriones, golondrinas, alcaravanes, loros, papagayos, pericos, sin contar los rasgos naturales que posee cada región; la exuberancia es la divisa de esta Tierra de Gracia sin límites, ¿qué más queremos?
El colmo de la ingratitud no conocer de aquella guerra, como para no querer saber más nunca de otra más, que nos dejó tan despoblados que aún no nos recuperamos. Redondeando, la historia emancipadora a nivel de slogan es también parte de ese grillo que gangrena nuestros miembros y aún no despertamos.
Dejo para otra entrega chispazos de hechos concernientes en los años 1816 y 1817 que deben ser trasmitidos, mínimo, en la geografía regional y pueblos donde ocurrieron, en aulas y asambleas populares, cotejándolos con su vida actual, para que sean asumidas como plato diario, pues aquella voluntad de ser independientes debe ser el sol de estos días.

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