Emisora Costa
del Sol FM 15-04-2018 Opinión
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La VIII “Cumbre de Las Américas” realizada en Lima
los días 13 y 14 de abril no pasará a la historia como la fiesta con que el
defenestrado presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, quiso celebrar su
milagroso ascenso al poder, pero tampoco como aquella en que el presidente
norteamericano, Donald Trump, se presentaría formalmente ante el conjunto de
sus pares del continente, y, mucho menos, como un remake de las tres cumbres
anteriores,-la de Puerto España, la de Cartagena y la de Ciudad de Panamá-,
donde una izquierda con el control de ocho gobiernos de la región proclamaba su
voluntad de seguir avanzando hasta hacer de América la nueva tierra prometida
de la revolución en sus versiones populista y socialista.
No, muchas aguas han corrido desde la celebración
de aquellos tres eventos, y si me atrevo a resumirlas en una sola idea, es
resaltando que a la Cumbre de Lima la izquierda, la revolución, el populismo y
el socialismo llegan en franco retroceso, con los escasos países donde aún
sobreviven en bancarrota y sin otro rol que el de ser sentados en el banquillo
de los acusados como promotores de la corrupción, el atraso, la barbarie y la
violación de los derechos humanos.
Para empezar, ya los gigantes suramericanos, Brasil
y Argentina, no forman parte de sus filas, como que están gobernados por
partidos y líderes democráticos, y otros como Ecuador y Uruguay, no se
consideran hermanos ni aliados de la tenebrosa “Banda de los Cuatro” (Cuba,
Nicaragua, Venezuela y Bolivia).
En otras palabras, que, la “Cumbre de las Américas”
de Lima, es la marcadora del fin de una época, quizá de una que podríamos
emblematizar como la última incursión de la utopía marxista en la región y de
su despedida como factor regresivo, incivil y militarista que, con toda
seguridad, no volveremos a ver en lo que queda de la primera mitad del siglo.
Para corroborarlo, nada más apropiado que referirse
a la ausencia en la capital del Perú del dictador de Venezuela, Nicolás Maduro,
al cual, los anfitriones, -primero el expresidente Kuczynski, y después su
sucesor, Vizcarra-, considerando indigno invitarlo al foro democrático más
importante de las Américas, se negaron a recibir alegando que ya los dictadores
no caben en los países que se dieron la libertad y la democracia para ser
libres y democráticos.
Con ellos, la mayoría -menos la “Banda de los
Cuatro” y unos pocos acompañantes- de los gobiernos de estado de derecho y
democracia constitucional que, a un coro, estimaron que, las violaciones de los
derechos humanos que perpetra Maduro en Venezuela, la reducción a escombros de
la economía más próspera del subcontinente, la hambruna y muertes por falta de
medicinas y la pavorosa crisis humanitaria que ha provocado un éxodo de cinco
millones de venezolanos a países de América y Europa, hacen inadmisible que el
dictador, como en el pasado, comparta con presidentes y cancilleres que no
pueden sino promover su destitución.
Porque, ese fue uno de los temas fundamentales de
la cumbre, por más que, taxativamente, no fue incluido en la agenda, pero dado
que, el tema central en las discusiones fue la lucha contra la corrupción y el
gobierno de Maduro, como los de Chávez y todos los presidentes del llamado
“Socialismo del Siglo XXI” llevaron tal flagelo a sus países a extremos
inimaginables, entonces el dictador venezolano, sin estar presente en Lima,
tuvo muchos cuentos que contar.
El caso Odebrecht y la ola de corrupción que, con
el auspicio de Lula Da Silva y de Hugo Chávez, extendió por toda Sudamérica con
la finalidad de corromper la democracia y abonar el camino del populismo y el
socialismo, tuvo que ser examinado y citado más de una vez, pues Lula está
preso y Maduro acaba de ser encontrado culpable por el TSJ en el exilio de su
país y sometido a un dictamen de la Asamblea Nacional que seguro lo destituirá.
Pero, desde luego, que hubo otros temas en los
cuales la presencia de Maduro se hizo inexcusable, y uno muy importante tiene
que ver con la destrucción de la industria petrolera venezolana, en un tiempo
la tercera del continente y la séptima del mundo y ahora a un tris de dejar de
ser rentable, según es la caída de su producción (de 4.000.000 b/d hace 15
años, a menos de un millón y medio hoy), el deterioro de su infraestructura
física, la pérdida de mercados, una deuda de más de 200 mil millones de dólares
y una deserción de personal gerencial, técnico y laboral que ya, prácticamente,
la ha conducido a importar gasolina y gasoil.
Pero con la caída de PDVSA, también se desplomaron
las industrias de hierro y aluminio, la agricultura y la ganadería, el turismo
y las manufacturas a niveles que, para este año, la CEPAL fija el decrecimiento
del PIB en -8 por ciento, sin contar la inversión pública y privada
prácticamente desaparecida, un desabastecimiento en alimentos y medicinas que
pasa del 70 por ciento y servicios públicos como luz, agua, educación, salud y
transporte rodando hacia a cero.
Síntesis de la catástrofe, la hiperinflación que ya
supera del 6000 por ciento anual, está pulverizando el valor del trabajo y el
dinero y hace de Venezuela una sociedad muerta, donde no se produce casi nada,
los empleos se abandonan porque resultan incosteables para empresarios y
trabajadores y la visual en los pueblos y ciudades es la de multitudes
hambrientas que vagan de un lugar a otro buscando mendrugos y limosnas con que
medio alimentarse para sobrevivir.
Vigilados, eso sí, por cuerpos represivos estatales
del ejército y policías paramilitares y civiles, prestas a reprimir, ya sea
asesinando ciudadanos, torturándolos, llevándolos a cárceles y condenándolos a
juicios que no terminan nunca, porque, otra forma de “quebrar” a quienes se
rebelan y se niegan a someterse al modelo, es ofreciéndoles una administración
de justicia espuria, sujeta a dilaciones y postergaciones sin fin, a
laberintos, como los que se leen en los cuentos y novelas de Franz Kafka.
En otras palabras que, con el comunismo marxista
leninista, stalinista, maoísta y castrista nos hemos topado, vertido en los
odres de una propuesta simuladamente democrática, afectando preocupación por la
suerte de los menos válidos y favorecidos, cuando en realidad lo que se propuso
fue utilizarlos como palenques de una monstruosa dictadura totalitaria cuyo
resultado más cruel es la que crisis humanitaria que tiene a cinco millones
venezolanos convertidos en refugiados que ruedan por países donde se ofrecen a
acogerlos.
Horror que la “Madre de las Cumbres”, la de Lima,
conoció de primera mano, porque son los países que lo están viendo, viviendo y
sufriendo los que se reunieron, son los venezolanos que se han volcado desde todos
los lugares del globo los que están contándola y los que exigirán se adopten
acuerdos, medidas, y soluciones urgentes para que el genocidio venezolano
termine, sus perpetradores sean separados del poder y llevados tribunales
internacionales que los juzguen por sus crímenes.
Sabemos que, con todo el dramatismo, que con toda
la urgencia que reviste la tragedia venezolana, la comunidad de países
americanos representados en Lima, no tendrá a mano todos los instrumentos
legales, ni menos los recursos físicos para tomar decisiones que se traduzcan
inmediatamente en una presión sin regreso contra Maduro y su pandilla, pero si
creemos que deben producirse los diagnósticos y las orientaciones para que los
países, ya de conjunto o unilateralmente, actúen para que la dictadura empiece
a sentir que sus días están contados.
En este sentido, es importante recordar el fracaso
de los recientes diálogos entre la oposición democrática y la dictadura, tres
intentos para llegar a acuerdos viables y constitucionales que le evitaran más
sufrimiento al país, pero que Maduro y sus secuaces boicotearon demostrando
que, su único plan con relación a Venezuela, es seguir despellejándola hasta
convertirla en un amasijo de huesos raídos que es en lo que ha terminado la
desgraciada Cuba.
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