Prensa/ECDS
FM/02-04-2018.-
La última noticia que rueda por el mundo sobre mi país, Venezuela, es que un
motín en una Comandancia Policial donde se retenía un número de ciudadanos
presos (o “privados de libertad”, como prefiere llamarlos el buenismo oficial)
arrojó un saldo de 68 asesinados, en circunstancias que, aun no se aclaran,
pero que, puede asegurarse, extremaron la crueldad y el horror que ya se
acostumbra perpetrar en tragedias iguales o parecidas.
Desde
luego que, hablamos de imágenes que, por conocidas, nos negamos a describir y
porque sucedidas durante un día (el miércoles santo de marzo del 2018) en que
la cristiandad recuerda y condena un crimen mayor, el de Nuestro Señor
Jesucristo, preferimos pasar por alto para no agregar más dolor, al dolor
sacramental y litúrgico.
Pero
murieron 68 venezolanos, entre hombres y mujeres, niños y adultos, culpables e
inocentes, aunque esta última afirmación podría ser una temeridad, pues, en
Venezuela se puede ir preso (“privado de libertad”) por causas que, dependen de
alguna autoridad que decide que, usted faltó a la ley y lo espera una vida
larga o truncada en un calabozo.
Y
es que, pueden pasar días, semanas, meses y hasta años para que el tribunal que
debe conocer de su causa decida imputarlo o liberarlo y así, el preso (o
“privado de libertad”), si es condenado, ya pagó su condena y si es declarado
inocente, pagó cárcel por un delito que no cometió.
Aunque,
también existe la probabilidad de que, tal como sucedió el miércoles santo en
los calabozos de la Comandancia de la Policía de Valencia, Estado Carabobo, su
juicio no tenga lugar sino en una Corte Celestial que, será la que decida si es
culpable o inocente, y cuál será la pena que tendrá que purgar en cualquier
lugar del Purgatorio o el Infierno en caso de que las pruebas lo condenen.
El
caso es que, no hay justicia en Venezuela, como no hay comida, medicinas,
transporte público, educación, salud, agua, luz, seguridad, y todos y cada uno
de los bienes que son indispensables para que, sea posible la vida en un país y
por eso los venezolanos de a cientos, de a miles, de a millones lo abandonan,
cruzan sus fronteras, por aire, tierra y mar y se refugian en cualquier otro
lar que les dé cobijo y protección.
Antes
fue lo contrario, un país rico (o más o menos rico) y generoso, abría sus
puertas para que los perseguidos y pobres de otros países, vinieran a paliar su
hambre y sed de justicia y en muchos sentidos se extrañaran de estos caribeños
que, en vez de rechazarlos, los aceptaban; de odiarlos los querían.
Hoy
los venezolanos, huyen del horror de un estado fallido, fallido y forajido, de
uno que dice presidir un tal Nicolás Maduro, un individuo que aún no les ha
aclarado si es nacional o extranjero y que gobierna porque una pandilla de
civiles y militares de mal vivir lo han erigido en el tutti di capi para que
los defienda y se haga responsable de sus tropelías y cohechos.
Maduro
cumple bien su papel (o mal… eso es irrelevante) porque en lo que toca a
bramar, parlotear, rugir y chillar que todo está muy bien, que el gobierno de
la pandilla es el mejor gobierno, y que no se metan con ella porque está armada
hasta los dientes y quien la calumnie se arriesga a ser barrido… eso lo hace
bien.
Lo
hubieran podido testimoniar los 68 ciudadanos asesinados el miércoles santo en
los calabozos de Poli Carabobo en Valencia, Estados Carabobo, en un motín de
protesta porque los tenían hacinados en unos pocos metros donde no cabían sino
10, y sin baño, espacio donde dormir, agua, comida y sin médicos ni en
enfermeros que los atendieran de las enfermedades y pestes que pululan en el
país y más en las cárceles.
Pero
lo que es peor, que les informaran por qué estaban presos (o “privados de
libertad”), si su caso sería conocido por un tribunal y un juez determinaría si
se iban a sus casas, seguían en los calabozos o los llevaban a una cárcel.
Lugares
donde también los acosaría la precariedad de la vida o las opciones de la
muerte, que se han hecho normativos de la posibilidad de respirar en Venezuela,
pero que, en todo caso, es un cambio, el cambio de anotarse al número de una
ruleta que, a lo mejor, sí les reporta el beneficio de pasar unos meses más en
este mundo.
La
gran pregunta es: ¿cómo en las primeras décadas del siglo del cual se ha dicho
con toda razón que acumula los más altos índices de desarrollo tecnológico de
la historia, un reducción drástica de los niveles de pobreza y una alza
creciente del acceso de las sociedades a la seguridad jurídica fundada en el
estado derecho, la constitucionalidad y la administración de justicia, en un
país de Sudamérica, Venezuela, una banda de forajidos, fuera de ley y que se
vanaglorian de hacer parte de la delincuencia organizada, el terrorismo
fundamentalista y el narcotráfico internacional, se apropien de su gobierno
como si fuera un botín y, cual piratas de los siglos XVI, XVII, XVIII, se
enfoquen en deconstruirlo y no dejarle otros cimientos que no sean los que protegen
y amparan sus delitos?
Después
de la experiencia de la “Segunda Guerra Mundial”, sucedida al final de la
primera mitad del siglo XX, cuando los totalitarismos nazi, fascista y
comunista redujeron gran parte de Europa y la civilización occidental a
cenizas, a casi setenta años de creada la Organización de las Naciones Unidas,
ONU, justamente para crear un orden jurídico internacional que evitara horrores
iguales o parecidos ¿es posible que ante los ojos de los países del mundo
sobrevivan estas excresencias, tumores o malformaciones que insisten en imitar
a sus antecesores y los copien como si pudieran retroceder la historia con la
impunidad que lo hicieron Hitler, Mussolini y Stalin?
El
derecho penal privado que con tanto rigor y eficacia se aplica en la mayoría de
los países civilizados del globo ¿No rige para las naciones y estas siguen
comportándose de acuerdo al dictamen y vocación de gobiernos transitorios y
efímeros que les causan un daño inmenso a sus propios ciudadanos y al de otras
naciones si se les atraviesan?
Pienso
que, estas son las preguntas que se hacen todos los días 30 millones de
venezolanos que, como los 68 asesinados en miércoles santo en los calabozos de
la Comandancia de una policía estatal en Valencia, Estado Carabobo, están
expuestos a la violencia ínsita de un estado fallido y forajido, diseñado para
disfuncionar en un clima social caótico, donde, la sobrevivencia por un pan,
agua, medicinas, luz y el deseo del hombre a ser libres, no se detiene ante
cualquier violencia.
Delitos
que han debido merecer de tiempo atrás la atención de la ONU, la OEA, la UE y
otras multilaterales cuyos organismos y comisiones de Defensa de los Derechos
Humanos fundamentan lo que fue el cambio surgido después de las dos guerras
mundiales en que se planteó que los estados y sus gobiernos ya no podían
continuar como pandillas que, a nombre de los intereses de privados, hacían
tabula rasa con la legalidad y constitucionalidad internacional.
Pero
admitamos que, no todo está perdido y que, para los días en que la dictadura de
Maduro se desmadra y, luce fuera de cauce, ya desde el año pasado, tanto
gobiernos como los de Estados Unidos, Canadá y, hace tres días, Suiza, y hoy
Panamá. deciden sanciones para que Maduro y sus compinches reciban una suerte
de preaviso que, no dudamos, será seguido por la mayoría de los países de la
comunidad internacional y que, de no ser oído, concluirá en una intervención militar
en Venezuela.
Es
lo que aspiran y desean la mayoría de los venezolanos, no impotentes ni
derrotados por la pandilla de fuera de ley que destruye su país, pero si
preocupados porque cada día, semana y mes que pasan sin resultados, son
oportunidades y variables que se pierden para la reconstrucción y se suman a
una suerte de cadena de desengaños que pueden concluir en un punto de no
retorno.
Por
eso ciframos una gran parte de la esperanza en la celebración de la “Cumbre de
las Américas” que tendrá lugar a mediados de mes en Lima, Perú, a decisiones
adicionales que pueden surgir de la ONU, de la OEA y de la EU y de políticas de
países como Estados Unidos y Colombia que hagan valer la ley internacional o la
enriquezcan como cuando Estados Unidos invadió a Irak y a Afganistán que eran
los dos pilares de las actividades terroristas de Al Qaeda y Osama Bin Laden en
Occidente.
También
pueden hacerlo el resto de países de la región que desde mañana mismo se sumen
a Estados Unidos, Canadá, Suiza y Panamá, en una acción concertada cuya
profundidad y alcance estará determinado por la persistencia de Maduro y su
pandilla en no entregar el gobierno de Venezuela a quienes les pertenece: a los
venezolanos.
Comentarios