Cortesía/Emisora
Costa del Sol FM 22 Abril.- Una
vez más no queda sino conmoverse ante la decisión del pueblo venezolano de
lanzarse multitudinariamente a la calle el 19 de abril pasado, a enfrentar a
una dictadura que, con grados crecientes de irresponsabilidad, viene
desafiándolo a una guerra civil.Y no es que no haya sucedido otras veces, que
perspectivas parecidas no hayan irrumpido enseñándonos la bifurcación del
camino entre la paz y la guerra, la vida y la muerte -y se me atropellan en la
memoria los días que siguieron al 5 de julio de 1811 cuando el primer congreso
declaró la Independencia de España, o los de febrero del 1936 cuando oleadas de
ciudadanos se movilizaron para barrer al postgomecismo, o los de enero de 1958
que antecedieron a la caída de la dictadura del general Pérez Jiménez-, pero
nunca con una amenaza real para la integridad física del país, ni de la
esperanza de recuperación de la libertad y la democracia que desaparecerían
para siempre, o por un tiempo que, contado en décadas, se vive como una
eternidad.
Dicho
en otras palabras que, los venezolanos libres y demócratas de hoy luchamos
contra enemigos de peor catadura y calaña que los ejércitos armados de Fernando
VII, de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez, pues no hay dudas que
estos últimos obedecían órdenes de políticos equivocados pero racionales, que,
conscientes de que perdían capacidad para resistir, negociaban, pactaban o
abrían paso a procesos, que, abrupta o progresivamente, los separaban de la
historia.
Hoy
día, los demócratas venezolanos no enfrentan a políticos sino a fanáticos; a
jefes de un gobierno sino a delincuentes; a administradores sino a corruptos ;
a traficantes, en fin, que han incautado a PDVSA e incursionan en un negocio
ilícito y archirentable como el narcotráfico, que deja pálido al ingreso petrolero,
y proceden a extenderse en Venezuela y en todo el mundo con empresas de una
capacidad de perversión tal que, les permite derrocar a gobiernos enemigos,
imponer los suyos; y paralizan aun las acciones mejor intencionadas de
gobiernos y multilaterales que intentan contenerlos.
Los
ejemplos de Chávez y Lula usando a discreción los recursos petroleros de
Venezuela y Brasil para patrocinar mafias políticas que, a través de los
recursos del Estado o de transnacionales como PDVSA, Petrobras y Odebrecht,
crearon una vasta red de corrupción que le infligió graves daños a la
democracia en la región, es una muestra de cómo el poder político, con el
camuflaje de la izquierda y el socialismo, cambió de naturaleza en América
Latina y enfrentarlo reclama nuevas percepciones, estrategias, instrumentos y
políticas.
No
debemos dejar de señalar que, era y es (sobre todo en el caso de Venezuela) una
mafia que participa abiertamente en el narcotráfico internacional, con los
recursos inmensos que le suministra el Estado y que, en este sentido, es como
si el Cártel de Medellín o el Cártel de Sinaloa hubieran ganado sus guerras
contra los gobiernos de Colombia y México.
Que
el vicepresidente de la llamada República Bolivariana de Venezuela, sea un
individuo como Tareck El Aissami, con vínculos denunciados por exmiembros de la
tiranía chavista-madurista con cuerpos de inteligencia de Siria e Irán, y
organizaciones como Hamas y Hezbolá, nos ahorra más insistencia en la enorme
tragedia que hoy vive el país.
Ficha
clave del “Cártel de los Soles”, agrega una reciente acusación del Departamento
del Tesoro de las Estados Unidos, y dueño de una red de empresas en Estados
Unidos cuyos activos alcanzaban los 3 mil millones de dólares.
Quiere
decir que, las huestes que enfrentaron los casi dos millones de opositores que
se lanzaron a la calle el 19-A del 2017, no fueron las del muy caballeroso y
borbónico Capitán General, don Vicente Emparan el 19 de abril de 1810; y
tampoco las del general e historiador, Eleazar López Contreras, convencido que
el país entraba en una transición democrática en febrero del 36; y ni siquiera
a los remanentes de las FAN dictatoriales y de la Seguridad Nacional del
general, Pérez Jiménez.
No,
en absoluto, frente a los demócratas del 19-A estaban los sicarios, mercenarios
y esbirros del Cártel de Soles, uniformados como policías nacionales, guardias,
soldados o paramilitares que llaman colectivos, disparando bombas lacrimógenas,
balas, matando, torturando, golpeando niños, ancianos, mujeres, adultos y
cuantos manifestantes se les atravesara en el camino.
Comandados
por una pandilla de asesinos, agentes de la dictadura cubana de Raúl Castro,
narcotraficantes y miembros de la delincuencia organizada, que por defender los
bienes que poseen provenientes del delito y miedo a la administración de
justicia nacional e internacional, seguirán disparando y cegando la vida de
inocentes venezolanos que salen a protestar porque se les violan sus derechos
humanos a ser libres, disentir y votar.
Son
una ralea en la cual descuellan individuos sin nacionalidad conocida como,
Nicolás Maduro; un militar retirado sospechoso de ser el capo di tutti del
Cártel de los Soles, el mayor Diosdado Cabello; su segundo al mando, que
también funge de ministro de la Defensa, el general, Padrino López; otro
generalucho, Néstor Reverrol, acusado por tribunales y la agencia antidroga de
Estados Unidos, la DEA, de narcotraficante; Tareck El Aissami, cuya filiación
al terrorismo y al narcotráfico también ha sido señalada por Estados Unidos; y
personajes menores, pero de altísima peligrosidad, como Jorge Rodríguez, Iris
Varela, Aristóbulo Istúriz y Freddy Bernal.
Es
una pandilla de criminales inmensamente rica, que se ha incautado de todos los
bienes del país, mientras empobrece por hambre y falta de medicinas a 28
millones de venezolanos para someterlos a su imperio, dueños de casas y flotas
de carros, aviones y yates lujosísimos que se pavonean por el mundo y algunos
de cuyos testaferros ya han sido denunciados, enjuiciados y hasta pagan
cárceles en países extranjeros.
Y
frente a la cual, la oposición democrática debe diseñar una estrategia que se
desmarque de la creencia ingenua de que, a tamaños criminales, y de una especie
tan nueva, se les somete por otra fuerza que no sea una combinación de la
aplicación de la ley y de la coerción que se le aplica a todos los reacios a
someterse a la constitución y al estado de derecho.
Poder
que solo existe en manos del pueblo organizado, y liderado por una oposición
democrática que comprenda, exactamente, la naturaleza del enemigo, que
establezca las estrategias adecuadas para derrotarlo y que no retroceda ante
los sacrificios que hagan falta para triunfar.
En
este orden, es indudable que el pueblo y la oposición democráticos tiene
ventajas inmensas frente a sus enemigos, pero que debe usar con la mayor
firmeza y ductibilidad, pues solo con una fuerza firme, pero que cambie en base
a los accidentes que ofrece la lucha, se puede salir adelante.
A
este respecto, nada más resaltable que el pueblo venezolano, en una inmensa
mayoría, rechace a la tiranía hasta más allá del 80 por ciento, pues se trata
de un poder que centuplica a todos las armas y ejércitos del mundo, y que,
además, cuente con un liderazgo opositor que, por lo menos, en esta crisis, se
ha ido acercando a una solución, un punto adicional, en fin, que tendría que
asegurar que, como en la lucha contra Fernando VII, el postgomecismo y el
perezjimenismo, Venezuela terminará instaurando la libertad y la democracia.
Pero
hay otra variable que considero fundamental, y que no sé por qué se ha
soslayado en esta crisis, y es contar con una Asamblea Nacional, electa el 6 de
diciembre del 2015 con un total de 7 millones y medio de votos que le dieron
mayoría absoluta, y creo debe hacer valer su legitimidad y mandato para dar las
pautas que saltarían sobre cualquier atasco en que son tan expertos los
neototalitarios.
En
esta tesitura, conceptúo que la actual crisis debe ser definida como un choque
de poderes entre una Asamblea Nacional legítima, constitucional y democrática
que recibió un mandato del pueblo soberano, contra un Poder Ejecutivo espurio e
ilegítimo que se ha alzado en armas contra la constitución y lo preside un
indocumentado, corrupto, narcotraficante y dictador.
De
modo que, tenemos definidos los dos polos de la confrontación, las ideologías y
políticas que representan y las fuerzas que llevan a la batalla.
Desde
luego que, insistiendo en que el escenario de lucha fundamental es la calle,
pero completado con las decisiones que debe tomar la Asamblea Nacional, para
que quede, constitucionalmente, descrito el nuevo mapa político del país.
Una
dictadura forajida y fallida, acosada y sitiada por un país democrático que
mayoritariamente decidió ponerle fin.
Por
eso sostengo que, manifestaciones de calle sin decisiones de la Asamblea
Nacional que revelen que calle y Poder Legislativo avanzan en la lucha para
colapsar la dictadura, pueden terminar en el cansancio y permitirle a Maduro
una sobrevivencia más o menos corta o más o menos larga.
Por
el contrario, calle más la decisión de la Asamblea Nacional de llamar el pueblo
al desobediencia civil y la aplicación del artículo 350 de la Constitución, es
la garantía del éxito.
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