Lo que pasa en Venezuela tenía que llegar y llegó, así sea que todavía falte lo peor. Por desgracia.
Por Fernando Londoño
Cortesía EL TIEMPO de Bogotá
Bogotá, 05-05-2016.- El Castrochavismo será recordado
como autor de un milagro económico a la inversa, de los que se registran tan
pocos en el devenir de los pueblos. Convertir en país miserable al más rico de
América no es hazaña de todos los días. Habiendo tanta pobreza en tantas
partes, en pocas tiene que pelear la gente, a dentelladas, por una bolsa de
leche, por una libra de harina o por un pedazo de carne.
Convertir en
despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del
mundo no es cualquier tontería. Llevar a la insolvencia una nación ante las
líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material
quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea cualquier día. Y arruinar el
campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la
ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura, cuando se recuerda
que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo.
En esa
frenética carrera hacia el desastre, el gobierno Castrochavista tuvo que
proceder a la eliminación paulatina de todas las libertades, al sacrificio del
pensamiento y la conciencia, a la ruina de las instituciones, del periodismo,
de los partidos, de la universidad, de los gremios, de los sindicatos. Pues
todo se ha cumplido tras el designio implacable de los ancianos inspiradores
del sistema, Fidel y Raúl Castro, que una vez más han demostrado su audacia, su
carencia total de consideración y respeto por los valores más caros de la
especie humana, pero también su falta absoluta de talento. Llevar a Venezuela a
la ruina total es matar su propia fuente de subsistencia. Y es lo que han
hecho, moviendo los resortes del fanatismo más imbécil, de los odios más
cerriles, de los desquites más torpes. Nicolás Maduro tiene poca inteligencia y
un pobre tacto político que exhibe en cualquiera de sus discursos. Pero al fin
de cuentas es un pobre rehén de los intereses inconfesables de la clase
corrupta que ha llevado a Venezuela a su perdición. Si ese títere fuera libre,
hasta de sus menguadas condiciones de estadista pudiera esperarse algún acto de
rectificación, algún gesto de apaciguamiento, alguna voluntad de comprender el
desastre y de corregirlo. Pero Maduro es el primer esclavo de las pasiones
atroces que dominan en Venezuela. Los saqueadores de esa gran nación no están
dispuestos a que nadie ensaye el menor examen de su conducta. En los antros del
delito se pierde todo, empezando por el pudor.
El régimen
de Venezuela se va a caer, porque se tiene que caer. No podría subsistir sino
amordazando totalmente al pueblo, imponiendo cartillas de racionamiento,
levantando un paredón, como el del Che Guevara en La Cabaña. Y no están dadas
las condiciones para que el mundo soporte estas afrentas. Con una Cuba le basta
a América.
El pueblo
está en las calles, dispuesto a hacerse matar. Y lo están matando. La juventud
estudiantil, que sabe cerrados los caminos del porvenir, le apuesta a cualquier
cosa, menos al continuismo cobarde. Los empresarios lo perdieron todo hace
rato. No tienen cuentas para hacer. Y los paniaguados del sistema ven con
horror que el sistema ya no tiene mercados para comprar sus conciencias.
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