10-08-2015
Como la congruencia nunca ha
sido su fuerte y el cinismo se le da con soltura, el ocupante temporal de
Miraflores, jefe del gobierno que puso al pueblo a hacer colas por comida
y que entregó el control territorial de vastas zonas del país a bandas de
delincuentes a través de las llamadas “zonas de paz”, un tal Nicolás Maduro
Moros, dijo el pasado jueves 6 que quiere que haya en nuestro país “una campaña
electoral limpia”.
¿Qué significará para Maduro
una “campaña limpia”? ¿Será acaso una como esta, en que los burócratas
del CNE cambiaron las reglas del juego para postular candidatos cuando la
Unidad Democrática ya había realizado exitosamente sus elecciones primarias y
ya había anunciado al país el resultado, igualmente exitoso, de sus consensos,
cumpliendo escrupulosamente las normas del CNE que luego el mismo CNE
cambiaría? ¿Será “limpia” una campaña en que los burócratas de la Contraloría
General de la República han “inhabilitado” ya a diez candidatos de la Unidad
Democrática, candidatos que el oficialismo JAMÁS ha logrado derrotar en una
elección regional? ¿Será “limpia” una campaña en que los burócratas del
Tribunal Supremo de Justicia designan directivas de partidos de la Unidad
Democrática como COPEI y el MIN, para tratar que esas directivas pro-gobierno
coloquen oficialistas camuflados dentro del conjunto de candidatos opositores?
¿Será ese el concepto de “limpieza” del mamotreto Diosdado-madurista?
Maduro utiliza espacios
públicos como el Teatro Teresa Carreño y bienes públicos como la señal de los
medios de comunicación oficiales para transmitir eventos internos del PSUV,
incurriendo abiertamente en peculado de uso, una de las tantas formas de
corrupción (como el nepotismo, por ejemplo…) que este régimen ha transformado
en parte habitual (habitual, no “normal”) del paisaje. ¿Será eso lo que
Maduro llama “campaña limpia”, esta que el PSUV arranca marcada desde su inicio
por la corrupción y el ventajismo?
Toda esta suciedad
(ventajismo, corrupción, uso de la instituciones del Estado como rojas
guarimbas burocráticas para atentar contra el derecho del pueblo venezolano a
construir una salida electoral, pacífica y constitucional a la crisis) tendría
que ser advertida por observadores internacionales eficientes e
imparciales, que pudieran llevar registro de todas estas barbaridades y
estuvieran en capacidad, mediante la presión de los organismos internacionales
a que estuvieran adscritas esas misiones de observación, de ejercer legítima
presión sobre el gobierno delincuente, el gobierno transgresor, el
gobierno sucio. Sin embargo, para tapar el juego sucio que el régimen
practica en el país, Maduro ha incurrido en otra suciedad, esta vez de carácter
internacional, al declarar desde la ONU que rechaza la visita al país de
misiones internacionales de observación electoral, por aquello de que
“el que la debe la teme”.
Ya sabemos, pues, a que se
refiere el régimen cuando habla de “campaña limpia”: En esto, como en
todo, los voceros de la “dicmadura” (así le dicen en los barrios a este gobierno,
mezcla de dictadura con desmadre…) corrompen nuevamente el idioma, y utilizan
las palabras para invertir completamente su significado: Así como crearon un
“Vice-ministerio de la Felicidad” justo antes de iniciar el calvario de la
hiperinflación, ahora hablan de “campaña limpia” justo cuando inician la que
sin duda será la campaña electoral más sucia, más ventajista y más corrupta que
jamás haya desarrollado el oficialismo en los últimos 17 años.
A todas estas, la respuesta
que ha dado la Unidad Democrática ha sido firme, rápida, certera y
contundente: A cada inhabilitación se ha respondido apoyando
inequívocamente a los agredidos, convocando a sus suplentes para que asuman las
posiciones respectivas y movilizando la ciudadanía para que cada inhabilitación
le cueste al gobierno una derrota aún mayor.
Cuando las agresiones han
sido no ya contra individuos sino contra organizaciones, también la respuesta
ha sido contundente: Roberto Enríquez, Presidente de COPEI, y Manuel Pérez
Soto, Presidente del MIN-Unidad, han sido enfáticos al manifestar el apoyo
irrestricto de las bases de esos partidos a la Unidad Democrática, ante el
intento oficial de “expropiar” las directivas de esas organizaciones. La
respuesta de los demócratas ha sido siempre rápida, asertiva, colocando en
primer lugar el interés del país y salvaguardando siempre la Unidad como valor
y como herramienta del pueblo.
Estas agresiones de la
“dicmadura” contra candidatos, dirigentes y partidos de oposición tampoco han
logrado el otro objetivo buscado por el régimen, que consiste en poner a la
Unidad a defenderse a sí misma en vez de defender al país y especialmente a los
pobres y a la clase media empobrecida. No lo lograron, y eso es lo que
pone más frenético al régimen: La agenda de la Unidad Democrática la marcamos
nosotros, no las agresiones del gobierno. La Unidad tiene estrategia, y
en cumplimiento de la misma al día siguiente de la inscripción de los
candidatos de la Unidad, el propio sábado 8 de agosto, ya estaban en la calle
esos candidatos, recorriendo todo el país, en una jornada nacional de protesta
contra el hambre y el hampa, canalizando el descontento y ofreciendo
alternativas a las dos calamidades que el gobierno utiliza para agredir con más
rudeza al pueblo venezolano: la escasez y la inseguridad.
Porque no lo
olvidemos: Hambre y hampa no son “deficiencias” del sistema
Chavo-Diosdado-Madurista, sino su producto esperado. El régimen quebró a
la economía venezolana, destruyó nuestro aparato productivo y exterminó la
capacidad exportadora del país para intentar dominar a los venezolanos por
hambre, ya que en estas condiciones los únicos ingresos que aun entran al país
son los que produce el negocio petrolero y esos llegan directamente a las
corruptas arcas oficiales. Adicionalmente, el régimen desarmó a las
policías regionales y municipales, las desprofesionalizó sustituyendo a sus
mandos naturales por militares que no tienen formación en seguridad ciudadana y
le regaló al hampa el control primero de las cárceles y luego de vastas zonas
del país (las llamadas “zonas de paz”) no por casualidad, sino para mantener a
la población aterrorizada y desmovilizada, pendiente apenas de la
sobrevivencia y no de cómo ejercer sus derechos civiles, políticos, económicos
y sociales.
Pero esas estrategias de
dominación generaron al régimen un resultado inverso al que ellos
buscaban: La gente se hartó de vivir con hambre y con miedo, con colas e
inseguridad, y se volcó hacia la esperanza de cambio. Allí están las encuestas,
todas, restregando esta verdad en la cara de cemento del gobierno ¡Palante!
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