RÈGULO JOSE SANTOS
Trujillo
Q
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ue encuentro deleitoso rozar con
tu página fronda bajo la almohada que compartimos en linderos marinos. ¡El amor
no ventila etiquetas!
Ocasionalmente no soy lo que
piensas menos lo inferido en tu imaginación más deseo darme a conocer de forma
recíproca.
¡Cuán armonía prosódica columbra
la cítara lirica!
Cualquier tráfago dantesco ofusca
en trémula, burdo sentido que intercede el alma desnuda encumbrando en
alegorías las bruces estragadas y señeras.
¡Ah! Profucua ilusión que ostenta
la vida entre el celaje colchado hay un perímetro de consuelo, dulce sujeción
de visiones coruscas tras la luna gitana vestida en la galería versátil. Valía
sinuosa que promulga el desazón narrado en epopeyas aderezas.
¡La vida transmonta una viandante
sonrisa al lograr burlarse del fauno abismal!
Cuanta imagen extravagante
infundida como fragancia de mil y múltiples auroras a su encanto, lozano de
algún tisú metafórico hasta el ímpetu acogido al regazo de brumas del ensueño.
Solamente una vez el reminiscente
amor epíteto edificó como un bardo al fondo de la remota lontananza, mística
expectativa halagadora igual a una ofrenda húmeda a mis delirios vagos.
Destellos del ser, así se exangüe
y tiñe con el matiz del suspiro inánime, exhorta la elocuencia sentimental por
refractar discursos tenues.
Versado en la animosidad
incesante fluye la honda aversión en acertar el curandero o sacapotras de
antaño reputado a hombre en términos perspicuos que inducen a una ordenanza
mediana, oráculo a cuyo dictamen de altar amoldan sus palabras en la muralla
fecunda.
Compañera de versiones, triunfos
y derrotas enmarcadas en el enlace conyugal, recuerda que donde decidas ir allí
estaré yo contigo y tú conmigo unidos hasta que el vástago oscuro prorrumpa su
vestigio trascendental y nos depare por destinos decisorios.
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