*PIEDRA DE TOQUE. Jorge Semprún, un símbolo de la lucha contra el
conformismo, rindió homenaje a tres grandes figuras de la razón crítica y la
moral heroica: Edmund Husserl, Marc Bloch y George Orwell
Mario Vargas Llosa
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a Normandía con la intención de releer a Flaubert y visitar su pabellón de
Croisset y los lugares que describió en Madame Bovary, pero en una librería del
pintoresco y abigarrado puerto de Honfleur me encontré con un pequeño libro de
Jorge Semprún, recién publicado en Francia, que me ha tenido toda la semana
pensando en la irrupción del nazismo en el continente europeo, en la Segunda
Guerra Mundial y sus secuelas, y en la conducta de ciertos intelectuales en
aquellos años neurálgicos.
El
libro se llama Le métier d’homme (El oficio del hombre) y contiene tres
conferencias que dio Semprún en la Biblioteca Nacional de París los días 11, 13
y 15 de marzo de 2002. Probablemente las dictó sobre notas, las charlas fueron
grabadas y lo que se ha publicado es una transcripción de esas grabaciones,
pues el texto abunda en las repeticiones y vacilaciones típicas de una
exposición dicha, no leída. Pero, aun así, estas páginas están llenas de
sugestiones e ideas fascinantes que, lejos de contentarse con reminiscencias
históricas o anécdotas, gravitan con fuerza sobre la crisis europea de los años
cuarenta y la de nuestros días.
El
libro es también un homenaje a un filósofo, Edmund Husserl, un historiador,
Marc Bloch, y un escritor y periodista, George Orwell, que, en momentos de gran
confusión y turbulencia ideológicas y políticas, tuvieron el coraje de adoptar
tomas de posición refractarias a las de los gobiernos y la opinión pública de
sus países y fueron capaces, valiéndose de una razón crítica y una moral
heroica, de fijar unos objetivos cívicos y defender unos valores que a la larga
terminarían por prevalecer sobre el oscurantismo, el fanatismo y el
totalitarismo que desencadenaron la segunda conflagración mundial.
Edmund
Husserl, padre de la fenomenología y maestro de Heidegger, a quien éste
dedicaría su obra capital, Sein und Zeit (Ser y Tiempo), para retractarse luego
de esta dedicatoria cuando comenzó a colaborar con el régimen nazi, pronunció
una conferencia en Viena el 7 de mayo de 1935, en la que exhortaba a sus
colegas intelectuales a enfrentarse “a la barbarie” y a mantener viva la gran
tradición europea del espíritu crítico y la racionalidad sobre las puras
pasiones y la conducta instintiva. Semprún destaca en esta conferencia, sobre
todo, lo que llama “el patriotismo democrático” del filósofo, quien afirma
categóricamente que el enemigo de la Europa civilizada no es el pueblo alemán
sino Hitler y que, más pronto que tarde, Alemania deberá reintegrarse, una vez
que gracias al federalismo opte por una resuelta vía democrática, a una Europa
que habrá superado también el nacionalismo de orejeras y se habrá unificado,
sin renunciar a su diversidad, en un régimen político y económico de carácter
federal. Afirmaciones y predicciones de una lucidez visionaria que medio siglo
más tarde confirmaría puntualmente la historia europea.
Enfrentarse
a Gobiernos y opiniones públicas para defender valores cívicos exige un notable
coraje
Cuando
pronuncia esta conferencia Husserl tenía setenta y seis años y por ser judío,
de acuerdo a las medidas antisemitas del nazismo, ya había sido despojado de
todos sus derechos académicos. Pronto se vería obligado a refugiarse en el
priorato benedictino de Sainte Lioba, donde moriría tres años después de
aquella charla. Y de allí rescataría un sacerdote franciscano, el padre Herman
Leo van Breda, las cuarenta mil páginas inéditas del filósofo que se las
arreglaría para hacer llegar, sanas y salvas, a la Universidad de Lovaina.
Semprún,
en páginas de gran sutileza, señala cómo en estos años hay intelectuales
católicos, entre ellos Jacques Maritain, que, a diferencia de la extrema
prudencia con la que el Vaticano encaraba la problemática nazi, se enfrentaron
a los totalitarismos fascista y estalinista a la vez, denunciando con entereza
sus semejanzas sustanciales por debajo de sus diferencias de superficie, una
verdad escandalosa que se confirmaría no mucho después con el pacto Molotov-Von
Ribbentrop, y el trauma que este acuerdo nazi-soviético causaría entre la
intelectualidad progresista y comunista.
El
segundo homenaje de este ensayo es al historiador Marc Bloch, fundador con
Lucien Febvre de Annales, movimiento que renovaría y daría un impulso creativo
notable a la investigación histórica en Francia. Marc Bloch, que había hecho la
Primera Guerra Mundial —comenzó como soldado raso y terminó como capitán— se
alistó también en la Segunda y fue un resistente activo, hasta que la Gestapo
lo capturó y fusiló en 1944. Luego de la derrota del Ejército francés, Bloch
escribe en apenas dos meses L’étrange défaite (Extraña derrota), de julio a
septiembre de 1940, un libro impublicable entonces, que permanecería oculto
hasta luego de la liberación. En él analiza, con extraordinaria serenidad y
hondura, las razones por las que Francia se desmoronó tan fácilmente ante la
embestida del ejército nazi. El análisis es implacable en su denuncia de la
corrupción que venía socavando a la clase dirigente, a los partidos políticos,
a los sindicatos, y cegando a los intelectuales. Pero, pese a la virulencia de
la crítica, el ensayo no sucumbe al pesimismo. Por el contrario, destaca los
sólidos recursos institucionales y culturales que sostienen a la tradición
democrática francesa, exhorta a la nación a no rendirse a la barbarie
totalitaria y a luchar no sólo para derrotar al nazismo sino para luego
reconstruir la sociedad francesa sobre bases más decentes y más justas que las
que provocaron la catástrofe. Al igual que en Husserl, Semprún subraya en la
postura de Bloch su rechazo del nacionalismo, su vocación europeísta y la
defensa de la racionalidad y el espíritu crítico.
La
consecuencia y la limpieza moral son las claves del libro ‘El oficio del
hombre’
George
Orwell es el tercer ejemplo de intelectual comprometido con la justicia y la
verdad, que no teme enfrentarse al descrédito y a la impopularidad, al que
Semprún exalta como un ejemplo. Se refiere, claro está, al periodista que se
fue a pelear como voluntario en defensa de la República durante la Guerra Civil
española en las filas del POUM y que en Homage to Catalonia (Homenaje a
Cataluña) fue uno de los primeros en denunciar el exterminio de trotskistas y
anarquistas ordenado por Stalin en el seno de las fuerzas republicanas. Pero
destaca, sobre todo, su defensa del “patriotismo democrático” con que exhortó a
sus compatriotas a enfrentarse a Hitler y al nazismo, a la vez que criticaba
con dureza el colonialismo inglés y exigía que el gobierno de Gran Bretaña
asegurara la independencia de la India y las otras colonias del imperio una vez
terminada la contienda.
Semprún
estudia con detalle un ensayo poco conocido de Orwell, The Lion and the Unicorn
(El león y el unicornio), donde aparece su célebre frase: “Inglaterra es un
país de buena gente con los tipos equivocados en el control”. Y recuerda que,
pese a la utilización que hizo siempre la derecha de sus críticas a la URSS y
al comunismo, sobre todo en sus parábolas novelísticas Animal Farm (Rebelión en
la granja) y 1984, Orwell se consideró siempre un hombre de izquierda, un
socialista convencido de que el verdadero socialismo era de irrenunciable
entraña democrática, defensor del espíritu crítico y de la libertad
intelectual, para él valores inseparables de la lucha por la justicia social.
Es
imposible no leer este pequeño y hermoso libro sin pensar que Jorge Semprún
perteneció a esta misma tradición de pensadores y escritores refractarios al
conformismo y a la complacencia a los que dedicó estas tres conferencias. Él
también consideró siempre que el quehacer intelectual —aquí confiesa que su
verdadera vocación fue ser un “filósofo profesional” aunque la guerra y su
militancia lo enrumbaran por otro camino— era inseparable de una acción cívica,
y tuvo el coraje de criticar y apartarse del Partido Comunista en el que había
militado toda su vida, en los puestos de mayor riesgo, cuando se convenció de
que aquella militancia era incompatible con aquel espíritu crítico y el
patriotismo democrático que encarnaron intelectuales como Husserl, Bloch y
Orwell. Pero aquella ruptura no lo apartó de los ideales de su juventud. Por
ser leal a ellos estuvo en la Resistencia, en el campo de concentración de
Buchenwald, de clandestino en la España franquista, y fue luego el intelectual
refractario con la misma consecuencia y limpieza moral que él celebra en los
tres maestros a los que dedica este libro estimulante.
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