Miércoles 17 de
abril de 2013
Fernando Londoño Hoyos
Bogotá, Colombia
U
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n hombre moribundo pudo firmar, con qué garbo y con cuáles firmes trazos,
un Decreto en el que designaba Vicepresidente al que le entregaba el papel y
vigilaba su contenido y su autenticidad. Con semejante patraña fue designado
Nicolás Maduro como Presidente Encargado de Venezuela. Y los venezolanos, y el
mundo entero, se tragaron ese sapo envenenado.
Sin solución de continuidad, el beneficiario de esa impostura ejerció el
cargo con el único propósito de hacerse elegir Presidente, a toda costa.
No hemos presenciado un proceso electoral más repugnante que el que se
acaba de cerrar en Venezuela. Maduro obtuvo 600.000 votos menos que los que se
depositaron por Chávez, pero en más de mil centros electorales Maduro sacó más
votos que Chávez en proporción del doble y del quíntuple; está probado el daño
de más de 540 máquinas electorales, sin que ello obstara para que esas máquinas
dañadas produjeran más de 180.000 votos; más de 100.000 estudiantes fueron
dados de baja en el registro electoral, cuando nadie ignora por quién votaban
los estudiantes; las elecciones se hicieron con 600.000 muertos en el registro
electoral; en centenares de centros electorales quedó probado el voto asistido,
es decir, manipulado, dirigido, forzado; en otros tantos centros aparecen las
toldas del PSUV dentro del recinto mismo; la frontera con Colombia fue cerrada
por cinco días para impedir que los venezolanos que viven y trabajan de este
lado llegaran a las urnas; los venezolanos del exterior tuvieron que acudir a
las urnas en sitios ubicados a centenares de kilómetros de distancia…
Ante esta enormidad, todo lo que pide el candidato Capriles es un modesto
recuento de votos, que no se le niega a nadie y que Maduro aceptó antes de que
la señora Tibisay lo declarara electo. ¿Puede alguien buscar más pruebas de lo
que pasó en Venezuela?
Lo que ha seguido es el uso brutal de la fuerza contra Capriles y su gente.
Ya fueron asesinadas siete personas en las calles de Caracas y ya Maduro
notificó que la dosis de sangre continuará si los indignados partidarios de la
oposición insisten en manifestarse. Y Cuando escribimos estas líneas se sabe
que hay una orden judicial para poner preso a Capriles.
El mundo está furioso, está repugnado, está clamando justicia. Salvo, claro
está, esa parte del mundo que ha vivido y aspira a vivir del petróleo que
Chávez regalaba como si de su propia hacienda se tratara. Y esta otra parte del
mundo, que quiere a Maduro para que no le dañen sus diálogos con los
terroristas de las Farc.
El presidente Santos sabe que en Venezuela se cometió horrendo fraude. Y
sabe cómo son comedidas y sencillas las peticiones de Capriles para reconocer
su derrota aparente. Sabe que un recuento de votos es la más elemental
exigencia y la más extendida práctica que en cualquier sistema electoral se
usa. No ha habido disputa por una curul al Concejo del municipio más modesto de
Colombia, que no se abra con un recuento solemne de los votos depositados. Y
sin embargo, nuestro Presidente apareció muy presto y muy majo felicitando a
Maduro y reconociendo su triunfo.
Los errores de Santos han sido muchos y en el manejo de las relaciones
internacionales, especialmente notorios y graves. Pero este es el peor de todos
y el de las consecuencias más graves para la reputación de Colombia y para su
paz interior. Porque ha dejado en evidencia de qué lado están sus intereses
políticos y cómo es capaz de sacrificarlo todo por protegerlos.
Esta ha sido una notificación universal. Para Santos no hay barreras. No
hay límites. No hay principios. Detrás de sus pasiones y sus apetitos es capaz
de cualquier cosa, hasta del reconocimiento fulminante de una dictadura infame
y grotesca. Ya sabemos lo que pasó. Y lo que nos espera.
* El texto de Fernando Londoño ha sido
publicado originalmente en el diario El Tiempo, de Bogotá
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