199 años



Arnulfo Poyer Márquez

H
ace 199 años, se enfrentaron en La Victoria dos poderes encontrados, irreconciliables. Los integrantes de ambos ejércitos tenían un objetivo en común, buscaban la libertad. Como diría Claude Levi Strauss, “la libertad es un sueño que sólo existe en los pueblos que no la conocen”. Los integrantes de ambos poderes, sobre todo las planas inferiores adolecían de muchos horizontes, ambos eran provenientes de varios troncos nada comunes, dentro de un mismo terrón, Venezuela, lo único en común.
Vida asegurada o resignada, no existe vida más medida que la vida en colonia, ni siquiera para los que mandan. Todos somos presos. Claro, hay niveles de conciencia entre los presos. El estudio es una herramienta para llegar a ser pran(*) en la cárcel que nos cobija, o bien puede serlo para liberar. Si observamos el maremágnum que arropa a la humanidad, liberarla –del- maremágnum es obviamente más quijotesco que comprender el meollo. Pareciera que el asumir su parcela, es la regla dorada del saber vivir. Es por eso que el estudio debe ser un deber para el que tiene más oportunidades… de ser pran, al que se le confunde como ejemplo de alguien “Libre”.
Comprender, es la mesa del campo de batalla. En colonia, cada quien tiene su mapa de campo de batalla, por lo tanto, comprender, es un término engañoso, también puede partir del status prisionero. Sin embargo, al dejar al Ser asumir, se puede percibir otro nivel del campo de batalla, o de comprensión. Puede uno prepararse y saltar a otro lado. A otro mundo exterior, ¿qué?, ¿dónde?, ¿cómo es ese mundo exterior? Retomaremos más adelante.
Lo cierto que vivir dentro del campo de resignación al saberse de otros poderes, el empeño va por asumir saltar la verja, ni pran ni nada, debo ser otra cosa. Pero estar nutridos de las puras ganas, y desnutridos de más herramientas, es fácil caer presa del maremágnum avasallador, hasta los mosquitos están de su parte…
El 12 de febrero de 1814, se dio en el pueblo de La Victoria, en Venezuela, un encuentro muy sangriento de toda una jornada, donde los sitiados vencieron tras un súper esfuerzo de los guerreros, la coordinación titánica de su jefe José Félix Ribas y un apoyo milagroso que quebró las acciones a su favor. Ahora bien, por un momento, eliminemos el dato festivo de lo heroico triunfante como piedra angular de la fecha; dejémosla sólo con el puro enunciado: Fue una batalla muy sangrienta.
Pues bien, para ese entonces, las cuentas conservadoras conferían a un 8% de nuestra población, la prolífica suerte de saber leer y escribir; suerte para poder recibir ese “don”, para proyectarse en lo que se deseara, para impartirla. Si menudeamos la guerra de emancipación para los días que hablamos, el terreno de los hechos, los cuerpos enfrentados, observaremos también un campo minado de aristas en cuanto a la percepción de los objetivos de liberación, meollo de ese encuentro.
Menudeemos: los sitiados, provenientes casi todos de Caracas, que para 1810 –cuatro años atrás- tenía una población de 40.000 habitantes; en 1812 el terremoto más trágico que haya asolado a Venezuela le arrancó a Caracas, dicen que 10.000 pobladores. Si le ponemos conservadora la cifra, digamos que 8000 menos, la cifra continúa siendo altísima. En 1813 se crearon 10 batallones que partieron al interior a luchar contra el imperio español y “alzados” en armas apoyados por el estólido imperio. Por otro lado hubo fugas masivas de servidumbre y esclavos con miras a atacar al poder criollo en el poder nuevamente. Cada batallón constaba de no menos 300 integrantes, sin incluir “juanitas”, o mujeres acompañantes para las labores de cocina, enfermería. La reacción de los estamentos más explotados fue la de eliminarse de encima a los estamentos odiados, de siglos atrás, más que por seguir las banderas de ninguna corona. No me hagas daño, no te hago daño; no hace falta saber leer ni escribir para ese determinante axioma. Una parcela de vida es lo que deseo, ya que para eso la tengo. Si ella no “me” pertenece, tampoco para los que me antecedieron, ni para los que me sucederán, y el suelo me canta con todas sus bondades, obvio que deseo ser parte de ese repertorio.
Y llegamos a La Victoria, el ejército republicano caraqueño está diezmado, regado, por el país, La Victoria es la puerta sur de la capital. Los defensores son los de la Guarnición de Caracas, los de La Guaira, 120 Dragones de Caracas, 120 del Batallón Valencia, 4 cañones a cargo de Pedro Navarrete con 50 servidores, y sobre todo 400 estudiantes y seminaristas, el Batallón Escolares. Además de Los Escolares, casi todos los del Batallón Valencia y de los Dragones sabían leer y escribir, eran cuerpos pertenecientes a la élite criolla; con ello podemos ver la casta que se presentó ante el ejército de Boves, al mando de Morales, creo que por única vez habría un 80% de alfabetizados reunidos. Ahora bien, ¿alfabetizados para qué? Para ser libres de la corona española, lo que se celebra en la efeméride. Pero para dirigir a un país. Y muy valientes que fueron, la mitad del Escolares fue muerta ese día. En cambio, ser libres de mando alguno, aunque fueron utilizados bajo engaño y arreados para cometer las infinitas tropelías para exterminar sin mediar nada, ser libres para no continuar la historia de sus antepasados ni la de los que le sucederían, o para retomar, para saltar la verja y que fuera lo que Dios quisiera, que para eso también sé amar, en fin, estar al otro lado del maremágnum sea de la alienación, del consumismo, de los escalafones, creo, que entre los del ejército derrotado estaban las reales posibilidades de aprender certeros sobre la real herramienta de la libertad, pero claro, se trataba de la realidad política, a la que más tarde fue ajustada la lucha y ese pueblo se volcó prioritario como el objetivo, pero quedó más engañado que antes.
No andamos sueltos, aquí estamos aún en La Victoria, leer y escribir no es sólo una herramienta de liberación, también lo es para la demagogia, pero saber qué queremos, no es cuestión de clase, al contrario, querer pertenecer o ascender a La Clase dominante, es abocarse a la continuidad de la servidumbre, ser el pran de la prisión, por lo tanto, también somos del ejército atacante, luchamos por nuestra parcela de vida sin tener que ser deberle la vida a nadie. ¿Qué educación necesitamos? Aprender que no somos solos, (del verbo ser), nuestra admiración es parte de lo que admiramos, un todo junto, vivir es una maquinaria que funciona entre las carencias y abundancias, que las necesidades son otras, no las impuestas. Una educación para el ser, para el coexistir entre nosotros, a tono con La Vida, la alegría. Mientras tanto, el maremágnum nos tiene sitiados.

(*) Pran: En Venezuela, jefe de un grupo o mafia interna de una prisión.

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