Por: FERNANDO LONDOÑO HOYOS
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L TIEMPO. com (BOGOTÁ) Jueves
10 de enero de 2013/.- A Chávez le llegó su hora. Sus cómplices temen que
la suya también. Y eso explica la opereta y la furia de las víboras.
Sí, queridos lectores: es de la
famosa novela de François Mauriac de donde tomamos prestado el nombre de estas
líneas. Porque viene como anillo al dedo a la opereta con fondo trágico que se
representa en Venezuela.
No cabe duda de que el Comandante
se la buscó. Pudo conseguir el consuelo de un final digno para su turbulenta
carrera de mal militar y eficiente demagogo. Prefirió llevar al extremo su
pasión narcisista por el mando, ceder ante sus odios y aspirar a la pompa
mundana de una apoteosis que lo semejara a Bolívar. Pero se va a quedar con los
dolores del prócer, sin un ápice de su grandeza.
Lo que hay en torno suyo, esa
carrera por los restos de la piñata que va a romperse, es lo que tiene merecido
su memoria. Los que conspiran en silencio para alzarse con trozos del poder
tienen comprometida su conciencia y justos temores por el examen de su
conducta. Porque saben que se robaron a Venezuela, que la condenaron a cien
años de abandono y que ha llegado la hora de que respondan ante la Historia.
Ese país perdió, porque se la robaron, la
mayor bonanza que ha tocado a las puertas de cualquier nación latinoamericana.
Tres millones de barriles de petróleo a cien dólares, para simplificar cuentas,
montan trescientos millones de dólares diarios, más de cien mil millones de
dólares por año. De lo que no hay ni especies náufragas.
Después de 14 años de producir
semejante fortuna, a Venezuela no le ha quedado nada. Y eso era lo que tapaba
Chávez con su agresividad de "rufián de barrio" y sus maromas de populachero
de tercera categoría. Se va con el mérito de no haber permitido que esa
pregunta se la hicieran en serio, con lo que se economizó el costo de una
respuesta imposible.
Venezuela no tiene un camino, ni un puerto, ni
una fábrica, ni un colegio ni un hospital para mostrar como resultado de esa
danza millonaria. En cambio, arruinó lo que tenía de industria y lo que
producía de comida. Y se gastó hasta el último barril de petróleo, dejando la
pesada carga de una deuda que tardará muchos años en pagar. Nada de eso es
enteramente atribuible a la improvisación y a la ineptitud de un régimen
comandado por un sujeto clamorosamente incompetente. Descontado ese fardo,
surge patente que a Venezuela se la robaron y las víboras sobrevivientes no
quieren enfrentarse a la gran cuestión que alguien, algún día, les propondrá a
nombre de ese adolorido país: ¿dónde están mis reales?
Los aspirantes a mandar saben
todo lo que tienen que ocultar. Y saben que no podrán hacerlo si el poder se
les escapa. Un poder judicial digno, una opinión independiente, una Fiscalía
decorosa y todo volará en átomos. Lo que no es permisible ni aceptable. Las
víboras se lanzarán implacables contra cualquiera que pretenda penetrar en su
nido de maldades. La cuestión es de supervivencia, que genera solidaridades
feroces, y odios y recelos incontenibles.
Chávez era el mago que lo tapaba
todo. Muerto Chávez, como está muerto, cada uno se preocupa por lo suyo y lo
defenderá a dentelladas.
Los hermanos Castro serán los
primeros. Esa cifra que fluctúa entre cinco y diez mil millones de dólares por
año, regalo del locato de Caracas, explica que Cuba no haya tenido que
rendirse. Y queda lo que Chávez regaló a Nicaragua y comprometió en Bolivia, en
Ecuador y en Argentina. Y lo que se alzó la boliburguesía, esa mezcla de
militares corruptos y civiles arribistas que mandan y roban en Venezuela.
Faltaría el balance del narcotráfico para
medio completar las cuentas. Esas que nadie se atreve a pedir y que todos temen
que un pueblo enfurecido llegue a demandar. No se puede robar tanto, tan
impunemente. A Chávez le llegó su hora. Sus cómplices temen que la suya
también. Y eso explica la opereta y la furia de las víboras.
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